Según un estudio realizado por científicos del Museo Nacional de Historia Natural de Smithsonian (NMNH) y de la Universidad del Sur de Mississippi, publicado en la revista científica “Nature”, las inversiones de los animales en desarrollar características sexuales pueden conllevar a la extinción.
Muchas especies animales presentan dimorfismo sexual, es decir, características diferentes entre machos y hembras que suelen ayudar a los machos a atraer buenas hembras. La necesidad de pasar los genes a las futuras generaciones es tan crítica que, en algunos animales, los machos destinan mucha energía en generar esas características y funciones, y por ello, el desarrollo de dichas características sexuales puede conllevar a la extinción a dicha especie, ya que destinan menos proporción de energía a otras funciones vitales y/o de supervivencia.
Analizando los fósiles de miles de crustáceos antiguos, el equipo de investigadores dirigido por el paleontólogo Gene Hunt del NMNH, descubrieron que la dedicación de energía a la competición de los machos por las hembras, podría comprometer la resiliencia de la especie a los cambios ambientales y aumentar su riesgo de extinción.
En concreto, analizaron fósiles de ostrácodos: pequeños crustáceos parecidos a los camarones que han estado en el planeta durante casi 500 millones de años, viven dentro de conchas articuladas más pequeñas que una semilla de amapola, y tienen formas distintivas específicas del sexo que se conservan en el registro fósil. Así, los animales con cuerpos y conchas alargadas son machos, mientras que las hembras, suelen ser más pequeñas y con una forma okupa. Una forma de concha alargada, acomoda los grandes órganos sexuales masculinos, que cuanto más grandes sean, producen más esperma y mejoran las oportunidades para el éxito reproductivo.
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El equipo examinó miles de especímenes, observando cuándo habían vivido diferentes especies en función de la capa geológica de la que fueron recolectados, y evaluando sus formas y tamaños. Su análisis final incluyó 93 especies diferentes de ostrácodos que vivieron durante el período Cretácico tardío, entre 85 y 65 millones de años atrás.
Tras esto, el equipo vio que algunas especies habían vivido durante casi 20 millones de años, mientras que otras duraron solo unos cientos de miles de años, y el tamaño y la forma de los machos parecía haber sido un factor significativo en la longevidad de las especies. «Demostramos que cuando los machos son más grandes y alargados que las hembras, esas especies tienden a no durar tanto en el registro fósil, por lo que tienen un mayor riesgo de extinción», explica Hunt.
Si esto mismo es cierto para otras especies, sería interesante tener en cuenta el dimorfismo sexual a la hora de evaluar la vulnerabilidad de las especies a las amenazas ambientales actuales. «Si dedicar tanta energía a la reproducción dificultó que las especies en el pasado se adaptaran a las circunstancias cambiantes, tal vez eso debería aplicarse a las especies que nos preocupa conservar en la actualidad», dice Hunt.
Fuente: Phys.org
