Hace solo una década o dos, se creía que los bosques tropicales y los entornos naturales intactos repletos de vida silvestre exótica, amenazaban a los humanos al albergar los virus y patógenos que conducen a nuevas enfermedades en los humanos, como el Ébola, el VIH y el dengue. Pero varios investigadores de hoy, piensan que, en realidad, nuestra destrucción de la naturaleza es responsable del Covid19 y lo será de otros tantos virus y pandemias que están por llegar. Así, la pérdida de biodiversidad causada por el hombre y el comercio de especies silvestres, crean las condiciones idóneas para que nuevos virus y enfermedades nos alcancen.
La desaparición de ecosistemas a gran escala, la fragmentación de hábitats, la eliminación de cientos de miles de especies, la deforestación acelerada y el comercio globalizado de animales silvestres (muchos para consumo humano), han sido señalados como motores de la multiplicación de estas infecciones entre la población. Cuando la naturaleza se altera o destruye, debilitamos los ecosistemas naturales y facilitamos su propagación, aumentando el riesgo de contacto y su transmisión al hombre.
“Más del 70% de las enfermedades humanas en los últimos 40 años han sido transmitidas por animales salvajes. Hay casos muy conocidos como la gripe aviar, el ébola, el sida y la Covid-19”, así lo afirma Juan Carlos del Olmo, secretario general de WWF España y también la OMS.
Dos tercios de todos los tipos de patógenos que infectan personas son zoonóticos, es decir, saltan de un animal a un ser humano. «Esta crisis sanitaria está muy relacionada con la destrucción de la naturaleza. La pérdida de naturaleza facilita la proliferación de los patógenos. La desaparición de bosques es responsable de, al menos, la mitad de las enfermedades zoonóticas”, resume el director de Conservación de WWF, Luis Suárez.
¿Y cómo ocurre esto? ¿Por qué la destrucción de la naturaleza es responsable del Covid19 y otros virus o patógenos? Según investigadores en ecología de la enfermedad, cuando se destruye un ecosistema, se rompe el equilibrio que actuaba para contener los agentes infecciosos, es decir, desaparece el “efecto dilución”. Este efecto hace que, en un ecosistema donde existen muchas especies susceptibles de alojar un virus concreto, la prevalencia de que la infección se dé en una especie concreta baje al haber más variedades a las que el virus puede infectar. El patógeno también puede acabar en un animal no vulnerable que detiene su ciclo. Además, si existe una mayor diversidad de animales, las que no albergan un tipo de enfermedad compiten con las que sí pueden transmitirla. No prolifera libremente. Y también, los depredadores de un hábitat sano, controlan las poblaciones que albergan y transmiten el patógeno, y así hay menos posibilidades de que circule. Todo esto “diluye” la enfermedad entre muchas especies, las cuales no la transmiten e incluso están acotadas por depredadores que impiden la expansión de las variedades víricas.
«Invadimos los bosques tropicales y otros paisajes salvajes, que albergan tantas especies de animales y plantas, y dentro de esas criaturas, tantos virus desconocidos», escribió David Quammen, autor de “Spillover: Animal Infections and the Next Pandemic”, en The New York Times “Cortamos los árboles; matamos a los animales o los enjaulamos y los enviamos a los mercados. Interrumpimos los ecosistemas y liberamos los virus de sus anfitriones naturales. Cuando eso sucede, necesitan un nuevo host, y a menudo, nosotros lo somos”.
Asimismo, un aspecto clave en este sentido es que, las investigaciones han observado que las especies que actúan como depósitos de virus son «generalistas”. Sobreviven cuando hay una pérdida de biodiversidad, tienen un ciclo vital acelerado (se multiplican rápido) y aguantan las perturbaciones. Los animales más especializados, los que tienen un ciclo de vida más lento y los depredadores, desaparecen de áreas alteradas, la destrucción de hábitat les ayuda a medrar y, con ellos, los patógenos que albergan.
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A raíz de esto, está surgiendo una nueva disciplina: la salud planetaria, que se centra en las conexiones cada vez más visibles entre el bienestar de los humanos, otros seres vivos y ecosistemas enteros. Los grandes cambios en el paisaje, están causando que los animales pierdan hábitats, lo que hace que las especies se apiñen y que también entren en mayor contacto con los humanos. Las especies que sobreviven al cambio, ahora se mueven y se mezclan con diferentes animales y con humanos. «Sin embargo, la investigación en salud humana, rara vez considera los ecosistemas naturales circundantes», dice Richard Ostfeld, distinguido científico senior del Instituto Cary de Estudios de Ecosistemas en Millbrook, Nueva York. Él y otros colegas, están desarrollando la disciplina emergente de la salud planetaria.
«Existe una interpretación errónea entre los científicos y el público de que los ecosistemas naturales son la fuente de amenazas para nosotros mismos. Es un error. La naturaleza plantea amenazas, es cierto, pero son las actividades humanas las que causan el daño real. Los riesgos para la salud en un entorno natural pueden empeorar mucho cuando interferimos con él”, dice. Po ejemplo, “los roedores y algunos murciélagos, prosperan cuando perturbamos los hábitats naturales. Son los más propensos a promover transmisiones de patógenos. Cuanto más perturbamos los bosques y los hábitats, más peligro corremos”, concluye.
Las investigaciones sugieren que los brotes de enfermedades transmitidas por animales y otras enfermedades infecciosas como el Ébola, Sars, gripe aviar y ahora Covid-19, están en aumento. Los patógenos se cruzan de animales a humanos y muchos pueden propagarse rápidamente a nuevos lugares. Algunos, como la rabia y la peste, cruzaron animales hace siglos. Otros, como Marburg, que se cree que se transmite por murciélagos, aún son raros. Algunos, como el Covid-19 o coronavirus de Wuhan, que se originó en esta ciudad de China; y el Mers, que está relacionado con los camellos en el Medio Oriente, son nuevos para los humanos y se están extendiendo a nivel mundial. Otras enfermedades que se han cruzado a los humanos, incluyen la fiebre de Lassa, que se identificó por primera vez en 1969 en Nigeria; Nipah de Malasia; y Sars de China, que mató a más de 700 personas y viajó a 30 países en 2002-03. Algunos, como el Zika y el virus del Nilo Occidental, que surgieron en África, han mutado y se han establecido en otros continentes.
Kate Jones, presidenta de ecología y biodiversidad de UCL, califica las enfermedades infecciosas emergentes transmitidas por animales como «una amenaza creciente y muy importante para la salud, la seguridad y las economías mundiales». En 2008, Jones y un equipo de investigadores identificaron 335 enfermedades que surgieron entre 1960 y 2004, de las cuales, al menos el 60% provenían de animales. Cada vez más, dice Jones, “estas enfermedades zoonóticas están relacionadas con el cambio ambiental y el comportamiento humano. La interrupción de los bosques vírgenes impulsados por la tala, la minería, la construcción de carreteras a través de lugares remotos, la rápida urbanización y el crecimiento de la población, está acercando a las personas a especies animales que nunca antes habían estado cerca”.
La transmisión resultante de la enfermedad de la vida silvestre a los humanos, dice, ahora es «un costo oculto del desarrollo económico humano. Hay muchos más de nosotros, en todos los entornos. Vamos a lugares en gran parte tranquilos y nos exponemos cada vez más. Estamos creando hábitats donde los virus se transmiten más fácilmente, y luego nos sorprende que tengamos otros nuevos”.
Jones estudia cómo los cambios en el uso de la tierra contribuyen al riesgo. «Estamos investigando cómo es probable que las especies en hábitats degradados porten más virus que pueden infectar a los humanos. Los sistemas más simples obtienen un efecto de amplificación. Destruye los paisajes, y las especies que te quedan son de las que los humanos contraen las enfermedades”, agrega.
«Existen innumerables patógenos que continúan evolucionando y que, en algún momento, podrían representar una amenaza para los humanos», dice Eric Fevre, presidente de enfermedades infecciosas veterinarias del Instituto de Infección y Salud Global de la Universidad de Liverpool. «El riesgo de que los patógenos salten de animales a humanos siempre ha estado ahí. La diferencia entre ahora y hace unas décadas, es que es probable que surjan enfermedades en entornos urbanos y naturales. Hemos creado poblaciones densamente pobladas donde junto a nosotros hay murciélagos y roedores y pájaros, mascotas y otros seres vivos. Eso crea una interacción intensa y oportunidades para que las cosas se muevan de una especie a otra”, dice.
Por otra parte, desde WWF, exponen en su informe titulado “Pérdida de la naturaleza y pandemias: un planeta sano por la salud de la humanidad” que la actual crisis sanitaria provocada por el Covid-19, está directamente vinculada con la destrucción del planeta. Asimismo, en su informe, WWF también expone la intensificación agrícola y ganadera y el cambio climático como factores del aumento de pandemias zoonóticas.
El comercio de animales silvestres foco del Covid-19 y otros patógenos
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Además de que la destrucción de la naturaleza es responsable del Covid-19 y otras enfermedades, otro de los grandes problemas detrás del coronavirus 2019, es el tráfico y comercio de especies. De hecho, este virus se originó en un mercado de animales en China.
El hacinamiento de animales salvajes en mercados sin control sanitario, el contacto directo sus restos y su consumo, expone a las personas al contacto con virus u otros patógenos de los que esos animales pueden ser portadores. Y este escenario, se repite en cientos de mercados asiáticos y africanos. De hecho, en los últimos años el comercio de especies silvestres, está devorando sin ningún control sanitario a millones de animales salvajes, desde reptiles y pangolines, a carne de gorilas y chimpancés.
Se sabía que el «mercado húmedo» (aquel que vende productos frescos y carne) en Wuhan, considerado por el gobierno chino como el punto de partida de la actual pandemia de Covid-19, vendía numerosos animales salvajes, incluidos cachorros de lobo vivos, salamandras, cocodrilos, escorpiones, ratas, ardillas, zorros, civetas y tortugas. Igualmente, los mercados urbanos en África occidental y central, venden monos, murciélagos, ratas y docenas de especies de aves, mamíferos, insectos y roedores, sacrificados y vendidos cerca de vertederos abiertos y sin drenaje.
Los mercados húmedos son una tormenta perfecta para la transmisión de patógenos entre especies. Siempre que se tengan interacciones novedosas con una variedad de especies en un lugar, ya sea tanto en un entorno natural, como un bosque o un mercado húmedo, puede tener un evento indirecto. Por eso, las autoridades chinas cerraron el mercado de Wuhan, junto con otros que venden animales vivos, y el mes pasado Beijing prohibió el comercio y el consumo de animales salvajes, excepto pescado y mariscos.
Sin embargo, la prohibición de animales vivos que se venden en áreas urbanas o mercados informales no es la respuesta, dicen algunos científicos. No es justo demonizar lugares que no tienen neveras. “Muchos mercados tradicionales son fuentes esenciales de alimentos para cientos de millones de personas pobres, y deshacerse de ellos es imposible», dice Delia Grace, epidemióloga y veterinaria del Instituto Internacional de Investigación Ganadera, con sede en Nairobi, Kenia. Ella argumenta que las prohibiciones obligan a los comerciantes a permanecer bajo tierra, donde pueden prestar menos atención a la higiene.
Por su parte, Fevre y su colega Cecilia Tacoli, investigadora principal del grupo de investigación sobre asentamientos humanos en el Instituto Internacional de Medio Ambiente y Desarrollo (IIED), argumentan en una publicación que, en lugar de señalar con el dedo a los mercados húmedos, deberíamos mirar el floreciente comercio de animales salvajes animales. «Son los animales salvajes, en lugar de los animales de granja, los anfitriones naturales de muchos virus», escriben. “Los mercados húmedos se consideran parte del comercio informal de alimentos que, a menudo, se culpa por contribuir a la propagación de enfermedades, pero la evidencia muestra que el vínculo entre los mercados informales y las enfermedades no siempre es tan claro».
El tráfico ilegal de especies salvajes está identificado como una de las principales causas de pérdida de biodiversidad. Además, es un factor de alto riesgo porque al transportar los animales grandes distancias para llegar a los mercados, se está facilitando la proliferación de estos patógenos.
La deforestación, que llegó a los 26 millones de hectáreas en 2018, facilita la captura de animales destinados al tráfico ilegal de consumo humano. Los animales ya no tienen refugio, pero, a la vez, esto favorece la entrada en contacto de comunidades humanas con especies que actúan como reservorio de un patógeno.
¿Qué podemos hacer frente a esto? Los expertos nos lo dicen
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“Los riesgos son mayores ahora. Siempre estuvieron presentes y han estado allí por generaciones. Nuestras interacciones con ese riesgo deben cambiarse”, dice Brian Bird, un virólogo investigador de la Universidad de California Davis School of Veterinary Medicine One Health Institute, donde dirige actividades de vigilancia relacionadas con el ébola en Sierra Leona y en otros lugares. “Es más probable que las enfermedades viajen más lejos y más rápido que antes, lo que significa que debemos ser más rápidos en nuestras respuestas. Necesita inversiones, cambios en el comportamiento humano, y debemos escuchar a las personas a nivel comunitario”.
Asimismo, “hacer llegar el mensaje sobre patógenos y enfermedades a los cazadores, madereros, comerciantes del mercado y consumidores es clave”, dice Bird. “Estos efectos secundarios comienzan con una o dos personas. Las soluciones comienzan con educación y conciencia. Debemos hacer que las personas sean conscientes de que las cosas son diferentes ahora”. El resultado final, dice, es estar preparado. «No podemos predecir de dónde vendrá la próxima pandemia, por lo que necesitamos planes de mitigación para tener en cuenta los peores escenarios posibles», dice. «Lo único seguro es que seguramente llegará el próximo».
Por su parte, Jones dice que «el cambio debe provenir de sociedades ricas y pobres. La demanda de madera, minerales y recursos del norte global conduce a los paisajes degradados y la alteración ecológica que provoca enfermedades. Debemos pensar en la bioseguridad global, encontrar los puntos débiles y reforzar la provisión de atención médica en los países en desarrollo. De lo contrario, podemos esperar más de lo mismo”, agrega.
Mientras que Fevre y Tacoli, abogan por repensar la infraestructura urbana, particularmente dentro de los asentamientos informales y de bajos ingresos. «Los esfuerzos a corto plazo se centran en contener la propagación de la infección», escriben. «El plazo más largo, dado que las nuevas enfermedades infecciosas probablemente continuarán propagándose rápidamente y dentro de las ciudades, requiere una revisión de los enfoques actuales de planificación y desarrollo urbano».
Y el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), en su informe sobre enfermedades infecciosas transmitidas de animales a humanos, propone frenar la extinción, mantener la integridad de los ecosistemas, reducir nuestra huella ecológica, terminar con el tráfico ilegal y consumo de animales silvestres, luchar contra el cambio climático y asumir que nuestra salud depende de la salud del planeta. Asimismo, exigen que se aplique la normativa internacional de protección de especies y piden el cierre total de los mercados de carne silvestre donde se comercia de forma ilegal con animales amenazados, lo que convierte a estos mercados en espacios de alto riesgo para la salud. Además, según una encuesta llevada a cabo por ellos mismos en Hong Kong, Japón, Myanmar, Tailandia y Vietnam, más del 90% de los consultados apoyarían que su gobierno cerrase los mercados ilegales de animales.
Finalmente, la asociación Ecologistas en Acción lanza esta reflexión: «Un ecosistema sano supone una barrera natural de control de patógenos y la destrucción nos expone a peligros inciertos». Y la directora del programa de Medio Ambiente de la ONU, Inger Anderser, ha hecho hincapié en esta cuestión, al asegurar que con la crisis del coronavirus «la naturaleza nos está enviando un mensaje».
Fuentes: The Guardian, Eldiario.es y La Vanguardia